Numb.
Siento cómo las palabras van haciendo mella en mi interior a medida que mis oídos las registran.
Siento que se me acelera la respiración y que 'algo' abraza mi corazón haciendo que su peso ya no sea el mismo.
Hay una sensación en mi pecho que le prohibe el paso libre a la respiración volviéndola errática y alertando a los demás sentidos.
La picazón en la nariz se hace presente, aunque en realidad se manifieste como muchos pinchazos que, cual agujas de tatuador, no cesan de repiquetear en su paso por la piel.
La garganta se cierra, arde y el aire que pasa parece raspar la superficie.
La mandíbula se desprende de su constante tensión y cae floja y pesada, el intentar llevarla a su estado natural cuesta y dificulta el tragar, haciéndolo más notorio, más sonoro, más incómodo.
Los ojos... Los ojos intento mantenerlos firmes, desafiantes, como puertas al interior de un alma indomable pero pican, se revelan contra el pedido consciente, cediendo el control al corazón, obedeciendo a ese músculo que encogiéndose es cuando más presencia hace. Los ojos pican, la visión comienza a cerrarse y parece temblar el foco de atención.
La boca se tensa para impedir ese temblor que lo domina. La garganta se cierra cada vez y la mandíbula hace uso de su rebeldía.
Los ojos me traicionan y se dejan invadir; la mirada se vuelve débil y borrosa para luego verse eclipsada por lágrimas.
Las palabras se empujan una tras otra, se pelean por salir por el estrecho espacio que les queda. Salen desordenadas, ahogadas y no como las quiero.
Y ahí es cuando lo siento. Ahí, con la mirada empañada y el corazón encogido como si un puño le ejerciera presión. Ahí cuando no importa lo que diga, aunque elija cada palabra antes de permitirle ser dicha. Ahí siento cómo el odio se apodera de mí. Ahí siento cómo la impotencia, la bronca y el orgullo se funden y me arrastran con ellos hacia abajo, hacia el interior, y me ahogan.
Es ahí cuando quiero gritar Basta, pero todo lo que mi boca hace es sellarse. Es ahí cuando las emociones me sueltan en los brazos de la tristeza. Es ahí cuando las palabras hicieron mella en mí, es ahí cuando me desarmaron y dejaron expuesta. Es ahí cuando invocan a la autodestrucción y mi cabeza, saturada, le da paso a su discurso.
Es ahí.
Es ahí cuando puedo sentir cómo desde mi interior una fuerza pone una distancia simbólica pero poderosa. Puedo sentir que mi corazón se encoge una vez más, pero esta vez de forma voluntaria. Es ahí cuando me escondo. Puedo sentir cómo una estructura se erige en mí, cómo se levanta una pared más, volviendo más gruesas a sus predecesoras y escondiéndome... Refugiándome. Es ahí cuando, paradójicamente, rompen una parte de mí y, al estar sola, pierdo el control hasta de mis fosas nasales. Un remolino se forma en mi interior y las palabras que empujan por salir para pedir ayuda, pelean con el aire que hace fuerza para entrar. Pelean buscando dominar mi cuerpo sin importar que, en el mejor de los casos, me funden en espasmos incontrolables, me ahogan. Sigo sin recuperar el control, probablemente hay lágrimas en mis mejillas, mi respiración sigue errática, y mi pecho arde, pero estoy sola. Va a costar que vuelvan a lastimarme. Y ya no soy la misma, por un tiempo ya no siento nada.
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